Sesión 3. Poshumanismo y biotecnología
La manipulación de la naturaleza nos parece una aberración, y lo cierto es que el siglo XX es el siglo de la ingeniería genética, la biotecnología, la bioinformática y el transhumanismo. Y fruto de los resultados en estos avances tecnológicos surgió la bioética (en 1971) como una nueva disciplina para reflexionar sobre qué es aceptable en áreas como la ingeniería genética (por ejemplo con temas como la clonación y los transgénicos), la ciencia reproductiva (con la selección de los embriones mejor dotados genéticamente) o la bioinformática (con trabajos sobre el poshumanismo y la desintegración de la biología humana en aras de una vida digital en la nube).
A partir de estas premisas cabe preguntarse: ¿Cuál es el papel del intelectual en este contexto? ¿Cómo se reflejan estas prácticas biopolíticas en el ámbito de la cultura? ¿Qué significaría un mundo poshumano? ¿Se extinguirán los seres humanos como una especie? ¿Viviremos en cuerpos de silicio? ¿Nos sustituirán los robots?
Bioética y transgénesis
El bioquímico John B. S. Haldane en 1923 publicó “Dédalo o la ciencia y el futuro”, donde especulaba sobre cómo sería el futuro de la ciencia biológica a partir del trabajo de investigación que un estudiante universitario le presentaría a su profesor en el año 2073. Podríamos clasificar este texto como un ensayo de ciencia ficción en el que se muestra una visión optimista de la ciencia. El matemático Bertrand Russell respondió a Haldane, con un ensayo titulado “Ícaro o el futuro de la ciencia”, en el que se mostraba escéptico frente a las bondades de ciertos avances al considerar que el progreso científico no proporciona por sí mismo ventajas para la Humanidad, pues “la ciencia permite que quienes ejercen el poder lleven a cabo sus intenciones mucho más plenamente de lo que en otro caso les sería posible. Si sus intenciones son buenas, habrá beneficios; si son malas, perjuicio”. Pero lo cierto es que vivimos en la era de la cibercultura, la tecnocultura y la cultura digital, por lo que la ciencia y la tecnología impregnan los modos de vida del ser humano contemporáneo, y la situación de crisis política, económica y medioambiental hacia la que hemos arrastrado a nuestras sociedades insta a inventar un futuro viable y sostenible, que necesita de la ciencia.
Por su parte, Haldane considera que la industrialización, la ciencia y el progreso son los ejes del desarrollo de la humanidad y se queja de que “la decadencia de ciertas artes radica primordialmente en la deficiente educación de los artistas”, pues la mayoría de intelectuales y artistas no tienen formación científica y “la ciencia es un estimulante mucho más enérgico de la imaginación que los clásicos”. Pero también cree que el arte favorece la producción laboral de las fábricas y que “del mismo modo que hemos de educar a nuestros poetas y artistas en la ciencia, también hemos de educar en el arte al trabajo y al capital”. A partir de estas premisas cabe preguntarse: ¿Cuál es el papel del intelectual en este contexto? ¿Cómo se reflejan estas prácticas biopolíticas en la literatura y en el arte? ¿Cómo se representan los discursos del poder en estas prácticas?
A partir de estas premisas cabe preguntarse: ¿Cuál es el papel del intelectual en este contexto? ¿Cómo se reflejan estas prácticas biopolíticas en el ámbito de la cultura? ¿Qué significaría un mundo poshumano? ¿Se extinguirán los seres humanos como una especie? ¿Viviremos en cuerpos de silicio? ¿Nos sustituirán los robots?
Bioética y transgénesis
El bioquímico John B. S. Haldane en 1923 publicó “Dédalo o la ciencia y el futuro”, donde especulaba sobre cómo sería el futuro de la ciencia biológica a partir del trabajo de investigación que un estudiante universitario le presentaría a su profesor en el año 2073. Podríamos clasificar este texto como un ensayo de ciencia ficción en el que se muestra una visión optimista de la ciencia. El matemático Bertrand Russell respondió a Haldane, con un ensayo titulado “Ícaro o el futuro de la ciencia”, en el que se mostraba escéptico frente a las bondades de ciertos avances al considerar que el progreso científico no proporciona por sí mismo ventajas para la Humanidad, pues “la ciencia permite que quienes ejercen el poder lleven a cabo sus intenciones mucho más plenamente de lo que en otro caso les sería posible. Si sus intenciones son buenas, habrá beneficios; si son malas, perjuicio”. Pero lo cierto es que vivimos en la era de la cibercultura, la tecnocultura y la cultura digital, por lo que la ciencia y la tecnología impregnan los modos de vida del ser humano contemporáneo, y la situación de crisis política, económica y medioambiental hacia la que hemos arrastrado a nuestras sociedades insta a inventar un futuro viable y sostenible, que necesita de la ciencia.
Por su parte, Haldane considera que la industrialización, la ciencia y el progreso son los ejes del desarrollo de la humanidad y se queja de que “la decadencia de ciertas artes radica primordialmente en la deficiente educación de los artistas”, pues la mayoría de intelectuales y artistas no tienen formación científica y “la ciencia es un estimulante mucho más enérgico de la imaginación que los clásicos”. Pero también cree que el arte favorece la producción laboral de las fábricas y que “del mismo modo que hemos de educar a nuestros poetas y artistas en la ciencia, también hemos de educar en el arte al trabajo y al capital”. A partir de estas premisas cabe preguntarse: ¿Cuál es el papel del intelectual en este contexto? ¿Cómo se reflejan estas prácticas biopolíticas en la literatura y en el arte? ¿Cómo se representan los discursos del poder en estas prácticas?
La Granja del Dr. Frankenstein (2007) de Jeremy Turner nos muestra los avances en ingeniería genética aplicados a problemas actuales como la desnutrición, los transplantes de órganos, la reproducción artificial, los alimentos transgénicos y la clonación (entre otros temas). A través de la visión de una científica bióloga (defensora de la experimentación genética) y de un periodista (defensor de la ganadería y la agricultura orgánica) nos mostrarán algunos casos fascinantes relacionados directamente con la biopiratería, el poshumanismo crítico y la industria cárnica, en el contexto del capitalismo y la globalización.
Poshumanismo y transhumanismo
"Que la oposición al “humanismo” no implica en absoluto la defensa de lo inhumano, sino que abre otras perspectivas" Heidegger, Carta sobre el humanismo
"Los humanos no son seres inacabados, al contrario, sus técnicas, prótesis, las herramientas con las que evolucionaron sus ancestros homínidos les constituyeron como especie: no necesitan de la técnica para completarse, son un producto de la técnica. Son, fueron, somos, lo que llamaré 'seres ciborgs', seres hechos de materiales orgánicos y productos técnicos como el barro, la escritura, el fuego" Fernando Broncano, La melacolía del ciborg.
Carta sobre el humanismo de Martin Heidegger (1889-1976) se publicó en 1947, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, por lo que en sus palabras se puede percibir cierta preocupación sobre la responsabilidad y el futuro de la cultura occidental tras el desastre. El objetivo de esta carta era dar respuesta (entre otras cuestiones) a la pregunta "Comment redonner un sens ou mot ‘Humanisme’?" por lo que la primera pregunta que se hace el filósofo es si todavía tiene sentido seguir manteniendo la palabra humanismo y al mismo tiempo, toma conciencia de que la pregunta implica reconocer que dicha palabra ha perdido su sentido. El cuestionamiento del humanismo en Heidegger, así como en Nietzsche, se ha considerado el origen o la raíz de las teorías del poshumanismo crítico.
Haraway considera que el mundo y la perspectiva del biopoder que había desarrollado Foucault ha quedado obsoleta porque a las funciones del (bio)poder relacionadas con la Salud, el Orden y la Riqueza, debería añadirse la interseccionalidad como perspectiva analítica de reflexión. Por eso propone la política del cíborg, desde el saber situado y la parcialidad para la constitución de subjetividades posmodernas. Quiere demostrar en su Manifiesto para cíborgs que la construcción hegemónica de la cultura occidental ha sido configurada por el hombre blanco heterosexual, excluyendo otras miradas, voces, identidades y cuerpos. Haraway nos propone el concepto del cíborg como una nueva subjetividad e identidad posmoderna que se adapta a los nuevos tiempos. De este modo, el cíborg nos propone una reinvención de la naturaleza. El potencial simbólico de esta identidad radica en que se trata de una metáfora irónica y de una estrategia de movilización política que se propone como alternativa al humanismo: "Desde otra perspectiva, un mundo cíborg podría tratar de realidades sociales y corporales vividas en las que la gente no tiene miedo de su parentesco con animales y máquinas ni de identidades permanentemente parciales ni de puntos de vista contradictorios" (Haraway, 1991: 163).
"Los humanos no son seres inacabados, al contrario, sus técnicas, prótesis, las herramientas con las que evolucionaron sus ancestros homínidos les constituyeron como especie: no necesitan de la técnica para completarse, son un producto de la técnica. Son, fueron, somos, lo que llamaré 'seres ciborgs', seres hechos de materiales orgánicos y productos técnicos como el barro, la escritura, el fuego" Fernando Broncano, La melacolía del ciborg.
Carta sobre el humanismo de Martin Heidegger (1889-1976) se publicó en 1947, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, por lo que en sus palabras se puede percibir cierta preocupación sobre la responsabilidad y el futuro de la cultura occidental tras el desastre. El objetivo de esta carta era dar respuesta (entre otras cuestiones) a la pregunta "Comment redonner un sens ou mot ‘Humanisme’?" por lo que la primera pregunta que se hace el filósofo es si todavía tiene sentido seguir manteniendo la palabra humanismo y al mismo tiempo, toma conciencia de que la pregunta implica reconocer que dicha palabra ha perdido su sentido. El cuestionamiento del humanismo en Heidegger, así como en Nietzsche, se ha considerado el origen o la raíz de las teorías del poshumanismo crítico.
Haraway considera que el mundo y la perspectiva del biopoder que había desarrollado Foucault ha quedado obsoleta porque a las funciones del (bio)poder relacionadas con la Salud, el Orden y la Riqueza, debería añadirse la interseccionalidad como perspectiva analítica de reflexión. Por eso propone la política del cíborg, desde el saber situado y la parcialidad para la constitución de subjetividades posmodernas. Quiere demostrar en su Manifiesto para cíborgs que la construcción hegemónica de la cultura occidental ha sido configurada por el hombre blanco heterosexual, excluyendo otras miradas, voces, identidades y cuerpos. Haraway nos propone el concepto del cíborg como una nueva subjetividad e identidad posmoderna que se adapta a los nuevos tiempos. De este modo, el cíborg nos propone una reinvención de la naturaleza. El potencial simbólico de esta identidad radica en que se trata de una metáfora irónica y de una estrategia de movilización política que se propone como alternativa al humanismo: "Desde otra perspectiva, un mundo cíborg podría tratar de realidades sociales y corporales vividas en las que la gente no tiene miedo de su parentesco con animales y máquinas ni de identidades permanentemente parciales ni de puntos de vista contradictorios" (Haraway, 1991: 163).
Cyborgs entre nosotros (2017, Rafel Durán). En este documental se reflejan algunas de las cuestiones más relevantes sobre transhumanismo y poshumanismo, a partir de las aplicaciones prácticas de estas tecnologías en el cuerpo humano.
La temática del documental nos permitirá debatir sobre qué es un cíborg, así como sobre las diferencias entre transhumanismo, poshumanismo y poshumanismo crítico feminista.
La temática del documental nos permitirá debatir sobre qué es un cíborg, así como sobre las diferencias entre transhumanismo, poshumanismo y poshumanismo crítico feminista.